Cervantes en Lepanto
Hoy, 7 de octubre de 1571, hace 436 años, tuvo lugar “la más alta ocasión que vieron los siglos”.
Todo sucedió a la entrada del golfo de Lepanto. Allí, los turcos otomanos, temiendo ser embotellados, se enfrentaron contra la Santa Liga –España, Venecia y la “Santa Sede”-. Los infieles (92.000 combatientes, 270 embarcaciones, 750 piezas de artillería…) combatieron a muerte contra los cristianos (91.000 combatientes, 360 embarcaciones, 1200 piezas de artillería…).
Arcabuceros, “espadachines” –los famosos “tercios”, artilleros y arqueros iban bien formados, preparados en galeras, galeazas, naos, carabelas y bergantines, impulsadas por remeros, apodados despectivamente “chusma” y “galeotes”, la mayoría condenados por delincuentes, llevaban la cabeza afeitada para identificarles en caso de fuga, iban bien alimentados con raciones de judías, garbanzos, tocino, legumbres, vino y dos litros de agua, para que, marcando musculatura, pudieran dar más velocidad a las embarcaciones. Los galeotes turcos, en cambio, se dejaban, si eran musulmanes, un largo mechón de cabellos para que Alá en la otra vida les cogiera para llevarles al Paraíso, pero muchos galeotes eran cristianos cautivos, condenados de por vida a remar.
Alí Bajá desde “La Sultana” mandaba a los turcos, mientras que D. Juan de Austria desde la”La Real” dirigía a los cristianos. El experimentado Álvaro de Bazán y el animoso Andrea Doria dirigían las bandas laterales.
El día amaneció borrascoso, amenazando mal tiempo, pero no llegó a llover.
Ambos contendientes se tantearon y observaron durante la estrategia de aproximación, que duró toda la mañana.
A mediodía las embarcaciones, a toda velocidad posible, ya próximas, abrieron fuego, rompiendo mástiles, rasgando velamen y barriendo las cubiertas de enemigos. El choque de espolones fue brutal. A continuación, empezó el abordaje, momento en que la “gente de guerra”, alcanzaba la gloria.
Todo sucedió a la entrada del golfo de Lepanto. Allí, los turcos otomanos, temiendo ser embotellados, se enfrentaron contra la Santa Liga –España, Venecia y la “Santa Sede”-. Los infieles (92.000 combatientes, 270 embarcaciones, 750 piezas de artillería…) combatieron a muerte contra los cristianos (91.000 combatientes, 360 embarcaciones, 1200 piezas de artillería…).
Arcabuceros, “espadachines” –los famosos “tercios”, artilleros y arqueros iban bien formados, preparados en galeras, galeazas, naos, carabelas y bergantines, impulsadas por remeros, apodados despectivamente “chusma” y “galeotes”, la mayoría condenados por delincuentes, llevaban la cabeza afeitada para identificarles en caso de fuga, iban bien alimentados con raciones de judías, garbanzos, tocino, legumbres, vino y dos litros de agua, para que, marcando musculatura, pudieran dar más velocidad a las embarcaciones. Los galeotes turcos, en cambio, se dejaban, si eran musulmanes, un largo mechón de cabellos para que Alá en la otra vida les cogiera para llevarles al Paraíso, pero muchos galeotes eran cristianos cautivos, condenados de por vida a remar.
Alí Bajá desde “La Sultana” mandaba a los turcos, mientras que D. Juan de Austria desde la”La Real” dirigía a los cristianos. El experimentado Álvaro de Bazán y el animoso Andrea Doria dirigían las bandas laterales.
El día amaneció borrascoso, amenazando mal tiempo, pero no llegó a llover.
Ambos contendientes se tantearon y observaron durante la estrategia de aproximación, que duró toda la mañana.
A mediodía las embarcaciones, a toda velocidad posible, ya próximas, abrieron fuego, rompiendo mástiles, rasgando velamen y barriendo las cubiertas de enemigos. El choque de espolones fue brutal. A continuación, empezó el abordaje, momento en que la “gente de guerra”, alcanzaba la gloria.
Cañones, arcabuces, picas, lanzas, puñales, espadas, flechas, tiros, fuego, humo, gritos, lamentos, sangre en el mar, sepultura de muchos cuerpos…
Cuestiones de honor exigían que los almirantes se enfrentaran directamente, nave contra nave. Así fue. La “Sultana” y la “Real”, identificadas por sus símbolos, se buscaron mutuamente, escoltadas por las mejores formaciones de aguerridos y fieles soldados. La embestida hizo tambalearse a las dos naves, desequilibrando a sus ocupantes. El abordaje tuvo sus avances y retrocesos a lo largo de una hora y media, pero los españoles llegaron a la popa. Allí, Alí Bajá fue abatido, en su puesto de mando, por siete disparos de arcabuz y, mientras el soldado Andrés Becerra descolgaba el estandarte turco, otro soldado cortaba con el hacha de abordaje la cabeza al moribundo Alí y, ensartada en una pica, se la ofrecía a Don Juan, que despreciándola con gesto de asco, ordenaba que se arrojase al mar.
A la vez, Barbarigo, segundo jefe turco, caía herido por una flecha en un ojo, Mahomet Siroco huía con 70 galeras a toda prisa, Contarini, jefe de los venecianos, herido de muerte, era rematado por sus propios soldados, que le cortaron la cabeza para evitar que sufriera, D. Juan de Austria era herido en un pie y Miguel de Cervantes recibió dos tiros de arcabuz en el pecho y otro en la mano izquierda.
Cervantes, inmortal autor del Quijote, combatió brillantemente a bordo de la galera Marquesa a las órdenes de Álvaro de Bazán. El día de la batalla, Cervantes, que tenía 24 años, yacía en la enfermería, aquejado de malaria, pero abandonó el lecho en estado enfebrecido, porque “quería morir peleando por Dios y por su rey”. La Marquesa tuvo 40 muertos y 1.290 heridos. A Cervantes se le quedó la mano izquierda inútil y encogida, pero, “aunque puede parecer fea, yo la tengo por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”. Después de Lepanto, el soldado Cervantes sería ascendido a «soldado aventajado» o de primera, y su sueldo aumentado a tres ducados mensuales.
Fatal desenlace: 7500 muertos cristianos y 25.000 turcos, 12.000 prisioneros infieles y muchos galeotes cristianos liberados.
Un fallo: no se persiguió al enemigo. Tras un Consejo de autoridades, donde no hubo acuerdo, venecianos, papales y españoles volvían a sus puertos a pasar el invierno. El sultán Selim se consolaba “me han rapado las barbas, pero crecerán con más fuerza”.
Al años siguiente moría el papa Pío V y su sucesor se desentendía de la coalición, los venecianos pactaban un acuerdo comercial ventajoso con el Sultán y los turcos compensaban la derrota de Lepanto con la conquista por sorpresa de Túnez y La Goleta. Una vez más, los muertos sirvieron de poco.
La batalla de Lepanto cerró el capítulo de la Historia Universal donde el Mediterráneo era el mar principal. El destino del mundo, desde entonces, se decidirá en el Atlántico.
Cuestiones de honor exigían que los almirantes se enfrentaran directamente, nave contra nave. Así fue. La “Sultana” y la “Real”, identificadas por sus símbolos, se buscaron mutuamente, escoltadas por las mejores formaciones de aguerridos y fieles soldados. La embestida hizo tambalearse a las dos naves, desequilibrando a sus ocupantes. El abordaje tuvo sus avances y retrocesos a lo largo de una hora y media, pero los españoles llegaron a la popa. Allí, Alí Bajá fue abatido, en su puesto de mando, por siete disparos de arcabuz y, mientras el soldado Andrés Becerra descolgaba el estandarte turco, otro soldado cortaba con el hacha de abordaje la cabeza al moribundo Alí y, ensartada en una pica, se la ofrecía a Don Juan, que despreciándola con gesto de asco, ordenaba que se arrojase al mar.
A la vez, Barbarigo, segundo jefe turco, caía herido por una flecha en un ojo, Mahomet Siroco huía con 70 galeras a toda prisa, Contarini, jefe de los venecianos, herido de muerte, era rematado por sus propios soldados, que le cortaron la cabeza para evitar que sufriera, D. Juan de Austria era herido en un pie y Miguel de Cervantes recibió dos tiros de arcabuz en el pecho y otro en la mano izquierda.
Cervantes, inmortal autor del Quijote, combatió brillantemente a bordo de la galera Marquesa a las órdenes de Álvaro de Bazán. El día de la batalla, Cervantes, que tenía 24 años, yacía en la enfermería, aquejado de malaria, pero abandonó el lecho en estado enfebrecido, porque “quería morir peleando por Dios y por su rey”. La Marquesa tuvo 40 muertos y 1.290 heridos. A Cervantes se le quedó la mano izquierda inútil y encogida, pero, “aunque puede parecer fea, yo la tengo por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”. Después de Lepanto, el soldado Cervantes sería ascendido a «soldado aventajado» o de primera, y su sueldo aumentado a tres ducados mensuales.
Fatal desenlace: 7500 muertos cristianos y 25.000 turcos, 12.000 prisioneros infieles y muchos galeotes cristianos liberados.
Un fallo: no se persiguió al enemigo. Tras un Consejo de autoridades, donde no hubo acuerdo, venecianos, papales y españoles volvían a sus puertos a pasar el invierno. El sultán Selim se consolaba “me han rapado las barbas, pero crecerán con más fuerza”.
Al años siguiente moría el papa Pío V y su sucesor se desentendía de la coalición, los venecianos pactaban un acuerdo comercial ventajoso con el Sultán y los turcos compensaban la derrota de Lepanto con la conquista por sorpresa de Túnez y La Goleta. Una vez más, los muertos sirvieron de poco.
La batalla de Lepanto cerró el capítulo de la Historia Universal donde el Mediterráneo era el mar principal. El destino del mundo, desde entonces, se decidirá en el Atlántico.
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