El oro de Moscú
Hace 61 años, por estos días finales de octubre, salía la mayor parte de las reservas del oro del Banco de España desde su sede en Madrid hacia la URSS.
Las tropas de Franco subían raudas hacia la capital del Estado. Los republicanos tenían miedo a quedarse sin dinero para sufragar las compras de armamento, que debían pagar en mano en el mercado negro, porque las democracias occidentales, después de firmar el pacto de No-Intervención, se negaron a proporcionarles armas. Al contrario, Franco recibía, de inmediato, material de Hitler y Mussolini a pagar en plazos o a cambio de concesiones mineras y de otro tipo: Franco tenía crédito, la República, no.
En estas circunstancias, cuando ya estaban las tropas nacionales en Talavera de la Reina, a 116 kilómetros de Madrid, el Gobierno de la Republica se precipitó y, a toda prisa, autorizó al Ministro de Hacienda, Juan Negrín, el traslado del oro, con garantías, hacia un lugar seguro.
La operación fue de obligada reserva. Ni siquiera el presidente de la Republica, Azaña, que estaba en un estado emocional lamentable, se enteró. “Una indiscreción sería fatal”. Todo quedó entre Largo Caballero, Negrín y Prieto.
Cuando llegó a oídos de Franco el tejemaneje del oro del Banco de España, declaró tajantemente ilegal el traslado, calificándolo de“expolio”, porque, según él, vulneraba la ley-Cambó que regía los movimientos de las reservas monetarias del Banco de España.
A mediados de octubre, con las primeras luces del día, carabineros y milicianos, enviados por el ministerio de Hacienda, entraron en el Banco. Dirigía la operación de apropiación el entonces Director General del Tesoro, Francisco Méndez Aspe. Le acompañaban el capitán Julio López Masegosa con 60 metalúrgicos y cerrajeros.
Ya en los sótanos, abrieron las cajas y cámaras donde se custodiaban las reservas, y durante varios días estuvieron extrayendo todo el oro allí depositado. Colocaron el metal precioso en cajas de madera y lo transportaron en camiones a la Estación del Mediodía, y desde allí a Cartagena, donde fue escondido en el polvorín de La Algameca. Una "Brigada Motorizada" del PSOE protegió el cargamento en su traslado por vía férrea.
A los pocos días, los mismos funcionarios, utilizando idénticos procedimientos, recogieron la plata, por un total de 656.708.702,59 pesetas, que fue vendida a los EE.UU. y a Francia por valor de 20 millones de dólares.
Aunque el oro ya estaba en lugar seguro, a cientos de kilómetros del frente, Negrín y Largo Caballero decidieron trasladar el oro de Cartagena a Rusia. La idea fue proporcionada por Arthur Stashevski, agregado comercial y embajador de facto de la URSS en España, quien propuso a Negrín depositar el oro en Moscú. Stalin, que nunca quiso arriesgar nada, sólo se decidió a intervenir en España, cuando se aseguró de que existía suficiente oro como para pagar la ayuda a la República.
Para Araquistain la principal razón para el traslado del oro a la URSS fue la coacción de Stalin: “Como estoy seguro de que Largo Caballero, de quien era yo entonces amigo íntimo, no se hallaba en tal estado de desesperanza en cuanto al desenlace de la guerra, y me cuesta también mucho trabajo imaginar presa de tal abatimiento a Negrín, no me queda otra alternativa que volver a la hipótesis de la coacción soviética, o declarar simplemente que la entrega del oro a Rusia fue una locura de todo punto inexplicable”.
El director del NKVD en España, Alexander Orlov, recibió un telegrama cifrado de Stalin para que, rápidamente, concretase con Negrín los preparativos y, por ello, se trasladó a Cartagena. El día 25 de octubre de 1936 también se personó en esta ciudad Francisco Méndez Aspe, que ordenó la extracción nocturna del escondite de las cajas de oro, en total 7.800, con un peso aproximado de setenta y cinco kilos cada una, las cuales fueron transportadas en camiones y cargadas en los buques "Kine", Kursk",
"Neva" y "Volgoles".
El oro tardó tres noches en ser embarcado, y al final los cuatro barcos se hicieron a la mar rumbo a Odessa, puerto soviético del mar Negro. Acompañaban a esta expedición, como personas de confianza, cuatro claveros o custodios de las llaves de las cajas fuertes del Banco de España.
El 5 de noviembre llegaron a Odessa los barcos con el oro y, enseguida, lo trasladaron a Moscú en calidad de depósito. Allí se hizo el recuento, que sumó 510.079, 529´30 gramos de oro. A continuación, las autoridades soviéticas y las españolas firmaron el protocolo de recepción. La URSS no se hacía responsable de su utilización.
Pronto todos los implicados en el asunto del oro fueron desapareciendo de escena: Stashevsky fue ejecutado en 1937 y el embajador Rosemberg en 1938; Orlov, temiendo ser el siguiente, huyó ese mismo año a los EE.UU., al recibir un telegrama de Stalin. Los Comisarios de Hacienda soviética, que participaron de cerca en la recepción y recuento, fueron ejecutados o desaparecieron de distintos modos. Los cuatro funcionarios españoles enviados para supervisar la operación fueron retenidos por Stalin hasta octubre de 1938.
Enseguida, los soviéticos fundieron las monedas, transformándolas en barras de baja aleación de oro y aprovisionaron, a cambio, las cuentas bancarias de la Hacienda la República en el extranjero. Una parte del dinero se quedó en la URSS para saldar las compras y gastos asociados por el material militar. Una vez depositado el oro español en Moscú, los soviéticos exigieron que con el oro se les pagaran los envíos, que hasta entonces habían llegado como “donaciones desinteresadas” para combatir el fascismo.
El asunto del “oro de Moscú” sigue siendo todavía objeto de fuerte controversia entre historiadores, especialmente de la propia España, por la interpretación política de sus motivaciones, su presunta utilización, sus consecuencias para con el desarrollo de la contienda y su influencia posterior en las relaciones diplomáticas del gobierno franquista con la Unión Soviética.
Es el mito de "el oro de Moscú".
Las tropas de Franco subían raudas hacia la capital del Estado. Los republicanos tenían miedo a quedarse sin dinero para sufragar las compras de armamento, que debían pagar en mano en el mercado negro, porque las democracias occidentales, después de firmar el pacto de No-Intervención, se negaron a proporcionarles armas. Al contrario, Franco recibía, de inmediato, material de Hitler y Mussolini a pagar en plazos o a cambio de concesiones mineras y de otro tipo: Franco tenía crédito, la República, no.
En estas circunstancias, cuando ya estaban las tropas nacionales en Talavera de la Reina, a 116 kilómetros de Madrid, el Gobierno de la Republica se precipitó y, a toda prisa, autorizó al Ministro de Hacienda, Juan Negrín, el traslado del oro, con garantías, hacia un lugar seguro.
La operación fue de obligada reserva. Ni siquiera el presidente de la Republica, Azaña, que estaba en un estado emocional lamentable, se enteró. “Una indiscreción sería fatal”. Todo quedó entre Largo Caballero, Negrín y Prieto.
Cuando llegó a oídos de Franco el tejemaneje del oro del Banco de España, declaró tajantemente ilegal el traslado, calificándolo de“expolio”, porque, según él, vulneraba la ley-Cambó que regía los movimientos de las reservas monetarias del Banco de España.
A mediados de octubre, con las primeras luces del día, carabineros y milicianos, enviados por el ministerio de Hacienda, entraron en el Banco. Dirigía la operación de apropiación el entonces Director General del Tesoro, Francisco Méndez Aspe. Le acompañaban el capitán Julio López Masegosa con 60 metalúrgicos y cerrajeros.
Ya en los sótanos, abrieron las cajas y cámaras donde se custodiaban las reservas, y durante varios días estuvieron extrayendo todo el oro allí depositado. Colocaron el metal precioso en cajas de madera y lo transportaron en camiones a la Estación del Mediodía, y desde allí a Cartagena, donde fue escondido en el polvorín de La Algameca. Una "Brigada Motorizada" del PSOE protegió el cargamento en su traslado por vía férrea.
A los pocos días, los mismos funcionarios, utilizando idénticos procedimientos, recogieron la plata, por un total de 656.708.702,59 pesetas, que fue vendida a los EE.UU. y a Francia por valor de 20 millones de dólares.
Aunque el oro ya estaba en lugar seguro, a cientos de kilómetros del frente, Negrín y Largo Caballero decidieron trasladar el oro de Cartagena a Rusia. La idea fue proporcionada por Arthur Stashevski, agregado comercial y embajador de facto de la URSS en España, quien propuso a Negrín depositar el oro en Moscú. Stalin, que nunca quiso arriesgar nada, sólo se decidió a intervenir en España, cuando se aseguró de que existía suficiente oro como para pagar la ayuda a la República.
Para Araquistain la principal razón para el traslado del oro a la URSS fue la coacción de Stalin: “Como estoy seguro de que Largo Caballero, de quien era yo entonces amigo íntimo, no se hallaba en tal estado de desesperanza en cuanto al desenlace de la guerra, y me cuesta también mucho trabajo imaginar presa de tal abatimiento a Negrín, no me queda otra alternativa que volver a la hipótesis de la coacción soviética, o declarar simplemente que la entrega del oro a Rusia fue una locura de todo punto inexplicable”.
El director del NKVD en España, Alexander Orlov, recibió un telegrama cifrado de Stalin para que, rápidamente, concretase con Negrín los preparativos y, por ello, se trasladó a Cartagena. El día 25 de octubre de 1936 también se personó en esta ciudad Francisco Méndez Aspe, que ordenó la extracción nocturna del escondite de las cajas de oro, en total 7.800, con un peso aproximado de setenta y cinco kilos cada una, las cuales fueron transportadas en camiones y cargadas en los buques "Kine", Kursk",
"Neva" y "Volgoles".
El oro tardó tres noches en ser embarcado, y al final los cuatro barcos se hicieron a la mar rumbo a Odessa, puerto soviético del mar Negro. Acompañaban a esta expedición, como personas de confianza, cuatro claveros o custodios de las llaves de las cajas fuertes del Banco de España.
El 5 de noviembre llegaron a Odessa los barcos con el oro y, enseguida, lo trasladaron a Moscú en calidad de depósito. Allí se hizo el recuento, que sumó 510.079, 529´30 gramos de oro. A continuación, las autoridades soviéticas y las españolas firmaron el protocolo de recepción. La URSS no se hacía responsable de su utilización.
Pronto todos los implicados en el asunto del oro fueron desapareciendo de escena: Stashevsky fue ejecutado en 1937 y el embajador Rosemberg en 1938; Orlov, temiendo ser el siguiente, huyó ese mismo año a los EE.UU., al recibir un telegrama de Stalin. Los Comisarios de Hacienda soviética, que participaron de cerca en la recepción y recuento, fueron ejecutados o desaparecieron de distintos modos. Los cuatro funcionarios españoles enviados para supervisar la operación fueron retenidos por Stalin hasta octubre de 1938.
Enseguida, los soviéticos fundieron las monedas, transformándolas en barras de baja aleación de oro y aprovisionaron, a cambio, las cuentas bancarias de la Hacienda la República en el extranjero. Una parte del dinero se quedó en la URSS para saldar las compras y gastos asociados por el material militar. Una vez depositado el oro español en Moscú, los soviéticos exigieron que con el oro se les pagaran los envíos, que hasta entonces habían llegado como “donaciones desinteresadas” para combatir el fascismo.
El asunto del “oro de Moscú” sigue siendo todavía objeto de fuerte controversia entre historiadores, especialmente de la propia España, por la interpretación política de sus motivaciones, su presunta utilización, sus consecuencias para con el desarrollo de la contienda y su influencia posterior en las relaciones diplomáticas del gobierno franquista con la Unión Soviética.
Es el mito de "el oro de Moscú".
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