El día 11 de este mes se cumplieron dos años de la muerte de Slobodan Milosevich.
Fisgando acontecimientos, hilvanando historias, imaginando sentimientos, esta pudo ser la explicación irreal de unos comportamientos que quizás estaban predeterminados.
Slobo Milosevich
“Tomó el camino equivocado
y se precipito al vacío”
F. Dostoyevski
En marzo de 2006 un uniformado oficial de la fiscal Carla del Ponte encontró estirado en su celda del penal de Schevenningen de La Haya a Slobodan Milosevich, sólo 4 días antes de su juicio final.
¿Se suicidó? Su padre y su madre lo habían hecho años antes.
¿Le envenenaron? Él llegó a escribir una carta al Tribunal, sintiéndose objeto de una conspiración.
Oficialmente murió por causas naturales, de paro cardiaco.
¿Por qué se le había negado trasladarse a Rusia, que ofreció oficialmente garantías, para tratar su dolencia de corazón?
La fiscal del caso, Carla del Ponte, cuando supo su rápida muerte, se enfureció, porque no pudo completar lo que hubiera sido su juicio: “Para mí la muerte de Milosevich representó una derrota”.
Su entierro en Belgrado fue un homenaje multitudinario, a pesar de que sus enemigos políticos serbios, mientras tanto, se manifestaban frente al Parlamento y su familia, sin paradero, no asistió. Tuvo un toque romántico: fue enterrado junto al árbol donde se cuenta que en su adolescencia, con 17 años, se juró amor con su esposa, Mirjana Marković de 16. Su lápida de mármol blanco y gris lleva escrito, simplemente, en oro: Slobodan Milošević - 1941-2006.
Milosevich había nacido en 1941,en plena 2ª Guerra Mundial, en Yugoslavía, entonces invadida por los nazis, mientras los partisanos comunistas de Tito guerrilleaban por los Alpes Dinámicos, imposibles de dominar, saboteando al ocupante nazi invasor y los barbudos chetniks de Mihailovich, un movimiento promonárquico cuyos miembros se hicieron tristemente célebres por sus atrocidades contra los pueblos croata y bosnio, combatían a su vez a los invasores nazis, a croatas y a los comunistas.
Su enigmático padre, teólogo y pope ortodoxo sin ejercer, se había disparado en la sien un tiro cuando Slobodan tenía 21 años, lo mismo había hecho un tío suyo unos meses después y, hasta su madre, maestra, también acabaría suicidándose 10 años más tarde.
Pero, Milosevich, cuando ocurrieron estos fatales hechos, ya era mayor de edad, estaba emancipado y había puesto su vida en movimiento. Para empezar, a los 18 años se había afiliado al Partido Comunista nada más ingresar en la Universidad para estudiar Leyes, carrera que terminó fácilmente y sin problemas.
Acabada la carrera, arreó a toda velocidad por la pista de la Administración local y estatal de esta forma: asesor del alcalde de Belgrado, Jefe del Servicio de Información del Ayuntamiento, presidente de Tecnogas, primera empresa estatal de energía y Director del Banco de Belgrado. Toda una carrera como eficiente técnico burócrata.
En 1982 se cambió a la pista de la política y esprintó con la misma velocidad: de miembro del Comité Central de Partido Comunista a presidente del mismo para Servia y en 1989 a presidente de este país de la Federación Yugoslava. Una rápida y brillante carrera.
Milosevich era trabajador, aplicado, práctico, resoluto, muy eficaz como burócrata, deficiente como orador, pero suficientemente demagogo y, sobre todo, ambicioso y fanático nacionalista servio.
Probablemente el 24 de abril de 1987 marcó un antes y un después en la trayectoria política de Milosevic. Aquel día clarificó su destino, su proyecto de vida y se apoderó de él una ambición implacable de poder. Sus ilusiones y proyectos se elevaron irreales hacia el cielo. Aquel día se encontró a si mismo como político y con los servios como su líder.
Fue en Pristina, capital de la provincia autónoma de Kosovo, donde conectó con una muchedumbre de serbios que, airados, exigían protección frente a los abusos de los que decían ser objeto por la mayoría albanesa. Aquel día prometió a los servios que nadie volvería a golpearlos y se comprometió a asumir su reivindicación nacionalista donde fueran minoría. Fue un compromiso sin retorno.
En su encendido discurso amenazó claramente, con todo desparpajo: “El lugar donde haya un servio es Servia. Contra los que no son servios practicaremos la limpieza étnica”. Y así empezó un tortuoso proceso para conseguir la Gran Servia Explotando el victimismo del “pueblo” serbio, removiendo los traumas de la Segunda Guerra Mundial y exacerbando un sentimiento de frustración colectiva por los años de la dictadura comunista y por toda una historia de represión y nacionalismo cortado, Milosevic convenció a sus conciudadanos de que Serbia, siempre había sido sistemáticamente marginada, incluso durante el régimen de Tito y que, en aquel momento, numerosos enemigos de dentro y fuera de Yugoslavia conspiraban contra ella. Milosevich encaramado en el poder se ofrecía como paladín de la unidad del Estado, como el caudillo providencial.
El 28 de junio de 1988 amaneció sin una nube. Habían pasado quinientos noventa y nueve años después de la muerte del santificado y mítico príncipe serbio, Lazar. Aquel día claro y transparente comenzó un proceso recordatorio de aquella figura, que culminaría, a lo grande, en el Campo de los Mirlos un año más tarde. No se trataba sólo de un festejo, el objetivo era llevar a su tierra nativa los restos del legendario Lazar.
Sus restos no habían tenido un deseado reposo fijo: Al finalizar la batalla de 1389 en la que perdió la vida, el cadáver decapitado de Lazar había padecido también su calvario, como Jesucristo. Los nobles serbios llevaron el cuerpo a la iglesia de Vaznesenje Hristovo, en Prístina, años después lo trasladaron al monasterio de Ravanica, donde la iglesia serbia proclamó a Lazar “santo y sagrado mártir”.
Pero los turcos, para evitar que su tumba se convirtiera en lugar de peregrinación y en foco de rebeldía, hicieron un nuevo traslado de los restos muy lejos, a lo que en aquél entonces era Hungría, al apartado monasterio de Vrdnik. Durante la Segunda Guerra Mundial, y para evitar que cayeran en poder de los ustashi croatas, aliados de la Alemania nazi, los custodios de la tumba realizaron otro nuevo traslado, esta vez hacia el altar de la catedral ortodoxa de Belgrado.
Milosevich decidió que era tiempo que descansara en el monasterio de Ravanica, donde había sido santificado, cerca de su lugar natal, Cuprija. Ese traslado final debía hacerse con toda la pompa. Era todavía la Yugoslavia unida. El cortejo portador de las reliquias sagradas de Lazar recorrió, durante un año, todos los pueblos de Serbia. Según el periodista estadounidense Robert Kaplan, testigo de esa procesión: “el paso del ataúd era recibido en cada lugar de parada por una multitud de plañideras desgarradas vestidas de negro”.
Durante semanas el ataúd del príncipe hizo una peregrinación, ciudad tras ciudad, para recibir el homenaje postergado. En cada estación las autoridades locales reafirmaban la intencionalidad política del recorrido: Lazar, que al luchar contra los turcos en1389 en la batalla de el “Campo de los Mirlos” eligió una muerte honorable y sagrada antes que la efímera victoria terrenal, estaba ahí para decirles que Kosovo, el lugar de su muerte, era la patria espiritual de los serbios.
Esta ceremonia conmemorativa fue considerada como la continuación de la pasión de Lazar crucificado en espera del día de la resurrección que, con fatalismo milenarista, se preparaba para obtener una rentabilidad política. Una especie de segundo advenimiento de aquél príncipe sobre el que los serbios habían colocado su nacionalidad.
Seiscientos años no es tanto tiempo para los Balcanes, en cuya historia todavía se sigue hundiendo el mito de los héroes de las novelas de caballería, como aquel Marko Kralievic, dueño de una fuerza descomunal y de su caballo capaz de recorrer enormes distancias tomando impulso, de tanto en tanto, con sus cascos herrados en plata.
Un año después, de nuevo, Milosevich, volvió a la carga nacionalista y en la llanura de Gazimestan, cerca de Prístina, congregó a otro millón largo de serbios para conmemorar el 600º aniversario de la batalla de Kosovo Polje o la batalla de “El Campo de Mirlos", en la que el antiguo reino de Serbia perdió su independencia frente al invasor turco. En aquel entorno, Milosevich, evocó una vez más, emotivamente, los mitos y agravios, reales o ficticios, de la nación serbia a lo largo de su historia y formuló su objetivo para Kosovo: anexionarlo a Serbia.
En esa vieja herida de la identidad fue donde Milosevic plantó su bandera del oportunismo nacionalista y se afianzó aun más en el poder. Fue Lazar un mártir. La leyenda dice que el profeta Elías le anunció su suerte antes de la batalla portando una carta de la Virgen María, y la decisión de Lazar de concurrir a la muerte profetizada fue la que ató el destino de Serbia a la estética cristiana del cordero que se sacrifica por los otros.
Porque como es sabido, desde que en 1389 perdieron en ese sitio una batalla que consideran fundacional de su identidad, los serbios ven a Kosovo como el centro espiritual de su nación. Aunque el tiempo y la demografía hayan actuado en su contra, y ahora los monasterios ortodoxos medievales sean islas cristianas en un mar formado por un 90 % de albano-kosovares que en un porcentaje importante son musulmanes.
Perder eso sería perderlo todo. No en vano durante los cinco siglos de ocupación turca, las madres serbias despertaban a sus hijos, cada día, diciéndoles “Buen día, pequeño vengador de Kosovo”. Es sólo un mito, por supuesto. Pero los mitos siempre son un arma para los nacionalistas. A partir de estas conmemoraciones, Milosevhich se lanzó por la pendiente sin retorno del nacionalismo radical y fanático: Se las arregló para que el 28 de marzo de 1989 la Asamblea de Serbia aprobara una reforma de la Constitución, que reducía drásticamente las autonomías de Kosovo y Vojvodina.
Meses después la Asamblea serbia abrogó la autonomía de Kosovo, disolvió las instituciones y puso la provincia bajo su administración directa.
El siguiente paso en el cálculo de Milosevic fue hacerse con el control de la Federación Yugoslava para convertirla en un instrumento de los intereses nacionales de Serbia. Milosevic - que fue el primer político yugoslavo en hablar directamente acerca de los derechos de la nación serbia desde el fin de la Segunda Guerra Mundial - prometía hacer revivir el sueño, largamente acariciado por la Iglesia, de una Gran Serbia, formada por todos aquellos territorios yugoslavos poblados, en mayor o menor medida, por serbios.
En este halo de efesvescencia nacionalista la Iglesia serbia creyó que Milosevic era una especie de Mesías que había venido a salvar a los serbios. El propio padre de Milosevic había sido sacerdote.
Milosevic iba lanzado: Restauró las fiestas cristianas tradicionales en Serbia y, a su vez, en 1.990, la Iglesia pudo elegir libremente y sin interferencias del Estado a su Patriarca. En aquellas manifestaciones las fotos de los santos ortodoxos se mezclaron con retratos del que todavía continuaba siendo entonces Presidente de la Liga de los Comunistas de Serbia. No cabe duda de que Milosevic supo aprovechar hábilmente la capacidad de la Iglesia para la movilización de los serbios ordinarios en favor de su propia cruzada nacionalista y su ascensión al poder.
Probablemente, no todos los clérigos favorecieron su equivocada política, pero ningún obispo salió al paso para denunciar las masacres que se cometían, incluso, algunos obispos hicieron mucho más que guardar un silencio cómplice, porque la Iglesia alentó también las llamas del odio étnico a través de sus conmemoraciones públicas de hechos ocurridos en la Segunda Guerra Mundial.
Un dato: la Iglesia consideró los Acuerdos de Paz de Dayton de 1.995 - que pusieron fin de la guerra en Bosnia-Herzegovina - como una traición contra el pueblo serbio.
Tras estas celebraciones y declaraciones en Kosovo el proyecto de la Gran Serbia, que englobaría a la república y a los territorios de mayoría serbia en Croacia y Bosnia-Herzegovina, con Montenegro y, quizá, Macedonia, se puso en marcha, provocando guerras civiles, a saber:
Guerra de los Diez Días (1991),
Guerra Croata de Independencia (1991-1995),
Guerra de Bosnia (1992-1995),
Guerra de Kosovo (1999),
Conflicto del Sur de Serbia (2001),
Guerra de Macedonia (2001), cuyo resultado final fue contrario al esperado: la desmembración de Yugoslavia.
En el contexto de la desintegración de la República Socialista de Yugoslavia y las guerras que allí se produjeron se dieron episodios de ataques deliberados contra la población civil, que han sido calificados como crímenes contra la humanidad, de
genocidio y limpieza étnica, y por la responsabilidad que Milošević tenía al ser Presidente de Serbia, fue llamado, el “Carnicero de los Balcanes”. Todo valía con tal de conseguir la “Gran Serbia”
El episodio final de toda esta parafernalia nacionalista fue la provincia de Kosovo, cerrándose el círculo, donde se había iniciado su alocada carrera. Así ocurrió: A principios de marzo de 1998, la Unión Europea y Estados Unidos exigieron a Milosevic que entablara negociaciones con la población albanesa de Kosovo. Tras las infructuosas negociaciones del Grupo de Contacto y el rechazo a la misión mediadora de la ONU, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) efectuó en la primavera de 1999 intensos bombardeos que culminaron en los acuerdos de paz de junio de 1999, por las cuales Kosovo pasaba, temporalmente, bajo administración internacional.
Y empezó el declive del fanático líder nacionalista. En octubre de 2000 el líder de la oposición, V. Kostunica, ganó las elecciones a la presidencia de Servia. En un primer momento, Milosevic se negó reconocer su derrota, desencadenando multitudinarias manifestaciones en su contra, que acabaron prendiendo fuego al Parlamento en Belgrado, hasta que el 6 de octubre, tras expresar el Ejército su apoyo a los comicios, Milosevic entregó el poder.
El mismo pueblo que lo ensalzó lo derrocó. De momento, siguió conservando el liderazgo de su ya desprestigiado partido, mediante un congreso extraordinario celebrado en diciembre de 2000, pero no pudo soportar el peso de los cargos provenientes del TPIY, que forzaron su arresto del 1 de abril de 2001.
Ese día el ex presidente se entregó sin oponer resistencia tras permanecer 24 horas atrincherado en su residencia de Belgrado. Milosevic fue arrestado al alba del domingo 1 de abril de 2001, por presuntas infracciones de malversación de fondos y abuso de poder.
Fueron las 24 horas más largas en la vida de Slobodan Milosevic.
Así resumía la jornada el periódico, francés e internacional de lectores, “Le Monde: ”A primera hora de la mañana comparece en el balcón de su casa feliz y sonriente. Tanto, que accede a bajar a la puerta principal de la residencia para agradecer el apoyo de los incondicionales. Sano, salvo y libre. Diez policías especiales irrumpen de paisano en el jardín, pertrechados con fusiles de asalto y granadas. La guardia pretoriana de Milosevic abre fuego a discreción, mientras que los simpatizantes del tirano improvisan una avalancha. El combate se cobra tres heridos —dos agentes y un periodista—, pero el comando policial no logra tomar la casa ni ajustar las esposas al tirano. El Ejército despeja y acordona el barrio residencia de Dedinje. La noche transcurre con tranquilidad, pero el ministerio de Interior serbio descubre que la escolta de Milosevic no la constituyen unos guardaespaldas, sino un grupo de militares federales. Tienen armas, saben usarlas y han acatado las instrucciones dictadas por el viejo dictador: «No pienso irme vivo a la cárcel. Las negociaciones se prolongan durante varias horas, sobre todo, al conocerse que el jefe del Estado Mayor, Nebojsa Pavkovic, podría echar una mano a Milosevic. Están presentes los jerarcas socialistas y el ministro de Interior. Unos 200 nostálgicos desbordan el cordón de seguridad y consiguen ubicarse temporalmente en las puertas de la residencia. El presidente de Yugoslavia, Vojislav Kostunica, el primer ministro serbio, Zoran Djindjic, y el jefe del Estado Mayor debaten a puerta cerrada las opciones de una salida negociada. Es entonces cuando Gorica Gajevic, número dos de los socialistas, admite que Milosevic estaría dispuesto a entregarse siempre y cuando existan plenas garantías. Son mayores, humildes, fieles. Un centenar de simpatizantes de 'Slobo' hace guardia a 300 metros de la residencia del ex presidente yugoslavo. Dicen que están dispuestos a dar la vida por él. Y lloran. Entre ellos, una belgradense de 70 años resignada a la suerte del padre de la patria: «Arriba Yugoslavia, arriba Milosevic», señala una pancarta escrita en bolígrafo. Los jóvenes del movimiento estudiantil Otpor (Resistencia) acuden a la vivienda del ex dictador y protagonizan enfrentamientos con los simpatizantes de Milosevic. La policía carga con fuerza contra los jóvenes y desaloja las inmediaciones de la vivienda. Milosevic acepta una rendición pactada y es conducido a prisión”.
Su entrada en la prisión de Belgrado puso en evidencia la promesa de no entregarse vivo. El naufragio final era predecible.
Postergando lo inevitable, pasó casi tres meses en la Prisión Central de Belgrado, sin alcanzar a doblegar el argumento de que si le otorgaban la libertad provisoria no había riesgo de fuga, y que entre sus planes no estaba buscar el exilio en el extranjero. No le creyeron.
Pasaron ocho meses hasta que el nuevo gobierno yugoslavo decidió, a cambio de ayudas económicas de Occidente -¡cómo no!, entregar a 'Slobo' al Tribunal Internacional para los crímenes de la antigua Yugoslavia.
La decisión de extraditarlo tres meses más tarde a La Haya, reflejó el impacto demoledor de las gravísimas violaciones a los derechos humanos de las que se le responsabilizó. Una resolución del Tribunal Constitucional de la Federación Yugoslava bloqueando su deportación, fue barrida por el gobierno serbio de Zoran Djindjic quien, ni consultó al presidente yugoslavo, Kostunica, arrojando a Milosevic a la jurisdicción penal puesta por las Naciones Unidas.
El 29 de junio de 2001, Milosevic fue trasladado al TPIY a La Haya sin que se llevase a cabo en Yugoslavia un juicio sobre dicha extradición. Fue sacado de Belgrado en un helicóptero serbio hasta Tuzla, en Bosnia-Herzegovina, donde lo subieron a un avión militar británico que lo depositó como un “paquete” en Holanda, al despuntar la madrugada del viernes 29 de junio de 2001. El 3 de julio de ese año, compareció, muy soberbio y orgulloso, por primera vez, declarándose "no culpable" de los interminables cargos.
Carla del Ponte, la fiscal del TPIY, registró a Milosevic en sus actas por "instigar, planificar, ejecutar y ayudar" en las brutales violaciones de los derechos humanos de albano-kosovares, croatas y musulmanes bosnios entre 1991 y 1999 entre ellos millares de ancianos y niños. La lista de sus víctimas la completan miles de deportados, torturados, ejecutados, añadiéndose decenas de miles de mujeres abusadas sexualmente, y el arrase de viviendas y edificios de interés cultural. En el horizonte judicial se distingue la pena máxima: cadena perpetua.
En
La Haya se inició un proceso legal en el que se le acusaba de
crímenes de guerra,
contra la humanidad y
genocidio. Pero el destino acudió en ayuda del empedernido nacionalista, mandando a la “dama de la guadaña” para segarle la vida. Un día de marzo apareció estirado en su celda, sin vida.
Para la prensa internacional fue “el carnicero de los Balcanes”. Para los serbios que se opusieron a su régimen, fue una desgracia, pero no fue necesariamente un criminal de guerra. Los otros pueblos eslavos del sur, que sufrieron las guerras de los noventa, hubieran preferido verlo condenado y ahorcado, por sus crímenes.
Todo se acabó. La historia abrió así un nuevo capítulo para 9 millones de habitantes de ese país europeo en medio de los Balcanes, incluyendo a Milosevic, su mujer, sus hijos Marija y Marko, que fueron arrastrados a los lodazales de la deshonra.
Su vida se unió a su nación. Fin del líder y fin de la Gran Serbia. Dicen quienes le conocían que carecía de amigos desde su infancia, que tenía un incomprensible concepto de la vida humana y que su esposa, Mira Marcovick, era la verdadera estratega de los genocidios que él puso en práctica. Desde entonces, se ha ido añadiendo más leña al fuego: mentiroso patológico, encantador de ilusos…Poco a poco la Historia irá marcándole para siempre.
Mira Markovick
“Mientras tanto, los dioses
se entretenían jugando con
el destino de los humanos”
Homero.
“El destino está escrito
en las estrellas”
Mario Conde
Pero Milosevich no fue el artífice de la empresa criminal colectiva de construir la Gran Servia. La idea le vino de su querida mujer Mira Markovick. Mira puso las ideas, el boceto, el proyecto, por algo explicaba en la Universidad “Teoría marxista”, mientras que Milosevich, eficaz y decidido burócrata, se empecinó en llevarlas a cabo.
Slobodan en
1965 se casó y unió para siempre con Mirjana (Mira) Marković. Mira destacaba porque provenía de una familia
partisana, lo que era un honor y porque ostentaba la prestigiosa cátedra de “Teoría Marxista” en la
Universidad de Belgrado.
Mira nació el 10 de julio de 1942 en los suburbios de Pozarevac, un pueblo de la parte central de Serbia, donde también vino a este mundo Slobodan Milosevic el 29 de agosto de 1941. Eran del mismo pueblo. Se conocían de siempre y se quisieron formalmente desde que ella tenía 16 años. El destino los mantendría unidos hasta que la cárcel los separó.
Pero el retrato de la mujer más poderosa de la reciente historia serbia, cargada de riqueza, aparente felicidad y antecedentes familiares heroicos, tenía sus zonas grises: Feminista devota del hogar, entregada a su vocación militante y siempre rodeada de hombres, apodada "Baca" entre los íntimos, diminutivo de Miriana en serbio, había sido aparentemente sólo "Alicia en el país de las maravillas" por la sobreprotección que le brindaran sus abuelos maternos durante la niñez y la adolescencia.
Sin embargo, las fotos captan su mirada angustiada, melancólica y triste. A menudo llevaba una llamativa flor anidada en sus cabellos.
La leyenda oficial insiste en que Miriana era una presa eterna de la melancolía. Incluso en su apogeo político, un velo hilado por un dolor profundo cubría cubierto frecuentemente sus rasgos.
Ese manto contra el que han luchado en vano siquiatras a los que ha consultado con asiduidad, pasando incluso alguna temporada internada en un hospital para enfermedades nerviosas, no se ha despegado de su tumultuosa existencia política.
Trágicas fueron las peripecias de su nacimiento. Prosiguieron en una sufrida niñez y adolescencia al cuidado de sus abuelos maternos. Hay un misterio aún en Pozarevac, su pueblo. Allí continúan arcanos los secretos familiares.
A ella también le sigue embargando el anhelo insatisfecho de vincularse con algo intangible de su madre, quien murió en extrañas circunstancias dos años después del parto. El problema personal de su vida ha sido su imprecisa madre. Pero Miriana ha forjado su versión sobre los dramáticos acontecimientos a pesar del férreo hermetismo que el aguerrido comunismo de los suyos no ha permitido, todavía, que emerja la verdad.
En el abigarrado círculo áulico sobresalía su padre legal, Moma Markovic, que se unió a los partisanos, siendo por ello ungido héroe nacional después de la guerra, y que llegó a ser director general y redactor en jefe de Borba, un famoso diario de Belgrado.
Le seguía su tío, Draza Markovic, reconocido como un notorio y dedicado comunista, antes y después de la guerra.
Completaban el cerrado núcleo su madre, Vera Miletic, integrante del grupo de partisanos de Pozarevac, y su tía segunda, Davorjanka Paunovic, alias Zdenka, prima-hermana de su madre.
Dragomir Miletic, el padre de Vera y abuelo de Miriana, era hermano de Bisenija, la madre de Davorjanka, nada menos que la mítica secretaria personal del legendario guerrillero Tito durante la guerra, y que fuera su amante hasta su muerte, marcándolo sentimentalmente para el resto de su vida.
Padres y tíos guerrilleros comunistas lucharon en la clandestinidad contra la ocupación nazi.
Épico es el relato incompleto acerca del nacimiento de Miriana. Cuando la dio a luz, su madre era estudiante de literatura francesa y lenguas. La apodaban "Mira" como nombre de guerra, diminutivo de Miriana.
El parto se sitúa en un bosque cercano a Pozarevac, asistido por un joven estudiante de medicina, Moma Markovic, que sería tenido por padre de la recién nacida. Separada de la madre, sin conocerse a ciencia cierta quién se hizo cargo de inmediato, corrieron meses de sombras hasta que la niña quedó en manos de sus abuelos maternos.
Vera, la madre, fue ascendida a secretaria general del Partido Comunista, en Belgrado, en agosto de 1943, pero el 5 de octubre de 1943, un año y cuatro meses después del parto, fue capturada por la GESTAPO. Fue torturada en el campo de concentración de Jajinci, en Belgrado, donde se registra su muerte por fusilamiento el 7 de septiembre de 1944, a tan sólo un mes de la liberación de la capital yugoslava por las tropas soviéticas. Tenía apenas 24 años.
El reconocimiento de la paternidad de Miriana por parte de Moma Markovic, el estudiante de medicina que asistió al parto, se concretó recién diez años después, aunque él nunca confirmó su presencia en el parto, abriendo un signo de interrogación sobre la identidad de su verdadero progenitor.
El enigma se ensancha con la ausencia de Miriana a la ceremonia fúnebre que precedió al entierro de Moma, en agosto de 1992; el cual nunca quiso exculpar a Vera de los rumores que la hacían colaboracionista de los nazis, al ser aprehendida y torturada por la Gestapo. Tampoco esclareció si pudo ser arrancada de las garras del ocupante alemán por los partisanos, quienes se habrían negado a socorrerla por traidora.
A su vez, perdura otro bronco entresijo: No se sabe por qué Miriana no ha podido entablar relaciones normales con sus tres medio hermanas y con su medio hermano Branko, frutos de matrimonios posteriores de Markovic ahondando el abismo con quien es tenido por su padre.
Estas miserias familiares se inscriben en la tormenta de recelos que señalan a Markovic como testaferro del padre real de Miriana, que no sería otro que el propio Josip Broz, Tito. Al menos, ésta es la hipótesis que ha planteado Vidosav Stevanovic, en su biografía política de Slobodan Milosevic. En línea con su relato, el mujeriego Tito, amante de Davorjanka Paunovic, habría dejado embarazada a la prima-hermana de ésta y su gran amiga, Vera Miletic.
La madre de la niña le habría otorgado otra identidad, por las funciones del padre real y porque el vitalicio presidente yugoslavo vivió maritalmente con Davorjanka hasta la muerte de ella en 1946, sin dejar descendencia. Fue enterrada en el parque de Beli Dvor (Templo Blanco), la residencia oficial de Tito en el barrio de Dedinje en Belgrado, el antiguo palacio del reino unido de los monarcas de Serbia, Croacia y Eslovenia. Stevanovic resume que Miriana nació en el campo de concentración nazi de Jajinci, en los alrededores de Belgrado, donde la madre cautiva fue seducida por uno de sus verdugos, huyendo ambos a Alemania, rehaciendo sus vidas con otras identidades.
La narración confirma que la niña habría sido entregada a sus abuelos maternos. Su nombre significa, "la que aspira a la paz". Vera le dejó una carta fechada algún día de junio de 1944, donde dice: "yo espero que mi hija esté viva... quisiera que en recuerdo mío llevara una flor en su pelo en memoria de su madre..”.
Mira Markovick, probablemente, nunca superó el trauma de sus oscuros orígenes, pero encontró compensación en el amor de Slobo Milosevich, al que siempre quiso. También él la amó siempre.
Ambos coincidieron en tener grabados profundos problemas familiares. Ambos se ayudaron y ambos intentaron superarlos implicándose en lograr y conseguir una identidad para su origen, no familiar, sino nacional. Ambos buscaron su falta clara de pertenencia a una familia estructurada en su pertenencia a una nación, cuyos orígenes y situación tampoco estaban claros y que ellos quisieron magnificar, definir y delimitar costara lo que costara, utilizando cualquier medio. Su problema sería el problema de todos los serbios: Un problema de identidad nacional, porque para ellos no había ya solución a su identidad familiar.
Mira aportó ideas, proyectos y argumentos teóricos. Slobo, eficaz gestor y administrador, quiso aplicarlos. Fracasaron en su objetivo de identidad nacional. Ya estaban fracasados en recuperar su identidad personal.
Por otro lado, Mira siempre se distinguió por aconsejar que era fundamental arropar hábilmente el nacionalismo serbio con un internacionalismo antinorteamericano, tendiendo un nuevo puente con la ex URSS, de la cual el patriarca yugoslavo, Josip Broz, Tito, había sabido alejarse y distanciarse de José Stalin en 1948. Pero Rusia no estaba ya para presionar ni exigir nada. Tradicional protector de los pueblos eslavos, Rusia, al contrario, aprovechó la “cuestión yugoslava” para, a cambio de no intervenir, lograr sus propios beneficios.
Ni el destino, ni las estrellas ayudaron a los Milosevich. Todo estaba determinado.
Los Servios y los eslavos del sur
“Los humanos sólo
nos diferenciamos
en pequeños detalles”
Martin Luter King
Era el siglo VI, oleadas de tribus eslavas, viniendo de las estepas del Asia central se fueron asentando entre los ríos Oder y Vístula para migrar un siglo después hacia el sur y establecerse en la vertiente meridional de los Cárpatos. Estos pueblos serán el origen de los croatas y serbios, que entonces constituían una sola nacionalidad aunque sin un estado único y de eslovenos, bosnios, albaneses, macedonios, kosovares y montenegrinos.
A finales del s VII, ante los ataques de los avaros, el Imperio Bizantino pactó alianzas con ellos, sentándolos en la región dinárica de la Península de los Balcanes, región límite de dicho Imperio. Sin embargo, ante la progresiva debilidad de Bizancio, los serbocroatas cesaron prontamente de prestar cualquier clase de vasallaje al Imperio.
Las tribus al oeste del río Drina aceptaron la primacía de la Iglesia Romana y, en su momento, la hegemonía del Imperio Carolingio, diferenciándose de esta forma el pueblo croata del servio. Los serbios, por su parte, se adhirieron al cristianismo bizantino, pero se mantuvieran independientes del Imperio Bizantino.
En el siglo XI, de forma imprecisa, fue surgiendo la entidad estatal servia. En el XIII el rey Sava creó una iglesia servio-ortodoxa, que sería el factor unificador de los servios y diferenciador de los croatas y bosnios. Esta iglesia será la urna espiritual en la que se depositará la conciencia colectiva servia, que, cerrada en si misma, desconfiada de influencias externas, hizo posible la supervivencia del sentimiento nacional serbio y arraigó profundamente en la conciencia colectiva.
Y llegó el rey Dusan a principios del siglo XIV. La debilidad de Bizancio le permitió conquistar el norte de Macedonia, parte de Albania y proclamarse, nada menos, que rey de serbios, griegos y albaneses. Redactó los códigos de leyes serbias y abrió nuevos mercados. Serbia floreció, representando una de las naciones y culturas más desarrolladas en Europa.
En el rey Dusan está el origen del mito de la Gran Serbia. Su título y sus tierras conquistadas servirán en el futuro de base territorial al mapa imaginario de la Gran Serbia, que construyeron los nacionalistas serbios modernos. La añoranza de aquellos años ha alimentado un sueño que siempre ha terminado en pesadilla.
El rostro del emperador Dushan, el Poderoso, se ha conservado en uno de los frescos realizado en 1347 en el monasterio del Arcángel Miguel. La pintura tiene tres metros de alto. Es un monarca majestuoso junto a su esposa Jelena de menor tamaño. Ambos van ataviados con un lujo propio del fasto bizantino. Los ojos con bolsas, la mirada frontal, barba, fino bigote y una melena rojiza, la vestimenta de tonos rojos y naranjas sobre un fondo negro, tapizada de piedras preciosas. Es un soberano guerrero. La forma en la que sostiene su bastón imperial, la dureza de la mirada, la corona encasquetada, todo refleja que estamos ante un rey. Lo principal, el halo sagrado que indica que se trata de un santo cristiano y no sólo de un gobernante terrenal. Ni más ni menos que la idea bizantina. Kosovo
Su sucesor, el rey Lazar, no pudo evitar el fraccionamiento del reino ni la guerra contra los turcos. La historia de Serbia se mitifica aún más. De repente, la historia de serbia se torció. Le leyenda, más que historia, dice que un día, inesperadamente, llegó un emisario turco que llevaba una declaración de guerra. Lazar marchó con su ejército por el poljé de Kosovo o "Campo de los Mirlos" Era el año1389. Su marcha acabó en un sangriento combate. Inicialmente, hizo retroceder a los invasores, pero cayó y con él todo su ejército. Belgrado también caerá en poder de los otomanos, pero ya, más tarde, el 7 de julio de 1521.
Kosovo es esa tierra donde el individuo servio se siente en íntima relación con los suyos y en la que descansa la continuidad del sentimiento nacional. Para los serbios, Kosovo es tierra sagrada. Es la cuna de su condición nacional, donde ellos eran virtualmente los únicos ocupantes. Fue el centro del imperio serbio de la Edad Media, el lugar donde están localizados los principales monumentos históricos y religiosos de Serbia.
El brutal enfrentamiento de junio de 1389 fue la consecuencia inevitable del afán turco por conquistar Europa... Pero el nacionalismo serbio hizo de esa derrota una de sus piedras fundacionales.
La Batalla de Kosovo se produjo el día de San Vito, 28 de junio de 1389, entre los ejércitos Serbio y Otomano. El Knez (príncipe) reinante en Serbia, Lazar Hrebeljanović, dirigió una coalición de fuerzas cristianas, principalmente compuestas por serbios. Por su parte el Sultán Otomano Murad I también reunió otra coalición de soldados y voluntarios de vecinos de Anatolia y Rumelia. Su avance fue incontenible. Tomaron la ciudad de Nish, luego de un sitio de 25 días,
El ejército cristiano era muy inferior en número al otomano. Los serbios marcharon hacia el encuentro de los Otomanos en el poljé de Kosovo, en El campo de los Mirlos, un valle ancho y alargado, que va desde el sur, pasando por Pristina, hasta el ángulo de la frontera norte con Serbia, de ligeras ondulaciones, que entonces tenía “ arbustos, retamas, brezos, zarzas, espinos… sobre unos prados de hierba que se seca en verano, porque no se cultiva”
Los expertos sitúan la batalla a unos 10 kilómetros al noroeste de Pristina.
El ala izquierda del ejército serbio estaba dirigida por Dimitrije Vukovic, el ala derecha por el enviado del rey bosnio Tvrtko, el centro a cargo del príncipe Lazar en persona y la reserva quedaba en manos del yerno del príncipe, Vuk Brankovic. Un capitán griego al servicio de los otomanos, Evrenos Bey, conocía las costumbres cristianas ortodoxas por lo que aconsejó al Sultán atacar en las primeras horas de la mañana, cuando los nobles serbios estarían participando del servicio religioso. Así lo hicieron y tomaron al enemigo por sorpresa. A pesar de eso, el comienzo no fue favorable a los turcos. Los Serbios cogieron ventaja tras la primera carga de la caballería pesada, en la cual quedó completamente destruido el flanco turco En el centro, los serbios consiguieron resistir mientras que el otro flanco ganaban los turcos.
Hacia el mediodía, el Sultán fue asesinado por un noble serbio, Milos Kobilic, quien pasó al campo Turco con el pretexto de querer desertar y obligar a que le llevaran hasta la tienda del Sultán para apuñalarle con una daga envenenada. La reacción turca fue cruel, la dirigió Bayezid, el hijo del Sultán, que rodeó a los serbios e infligió una aplastante derrota. Los otomanos en el contraataque empujaron hacia atrás a las fuerzas serbias.
Al caer la tarde, ambos ejércitos estaban extenuados, sin haber conseguido tener ninguno de los dos una ventaja estratégica importante. Lazar fue tomado prisionero y ejecutado; los serbios se vieron forzados a pagar tributo a los turcos y a prometer servir militarmente en el ejército del sultán. El nuevo Sultán, Bayaceto I, sin embargo, se reconcilió poco después con los serbios al tomar a una princesa Serbia, Olivera Despina, hija del Príncipe Lazar, como su esposa. Los otomanos se anexionaron Serbia en 1459.
Pero el acontecimiento se magnificó: Según la Crónica del Monje ortodoxo y serbio Pahomije, “la noche antes del combate Lazar tuvo su Ultima Cena. Le dijo a sus generales: “tres de ustedes están pensando en desertar de mis filas y pasar al bando de los turcos”. Miró a los sospechosos y les obsequió un copón de oro en prueba de amistad y les pidió que no lo traicionaran. Esa noche, Lazar fue a dormir convencido de que sería abandonado en lo peor del combate, y de que sólo podía confiar en su yerno, Brankovic, por lo que le encomendó las tropas de reserva para que fuera a cubrir el lugar que el supuesto traidor dejaría indefenso. En el momento decisivo la reserva debía entrar en combate. Pero no lo hizo. Vuk Brankovic mantuvo a sus doce mil hombres al margen de la batalla. Aunque Lazar se sintió perdido, en lugar de retroceder reunió en torno de sí a lo que quedaba de sus tropas y lideró un nuevo ataque, que también fracasó. Lazar fue tomado prisionero y la batalla estuvo perdida para los serbios. El noble que en un principio Lazar había pensado que lo traicionaría, en verdad se comportó con lealtad; se hizo conducir a la tienda del Sultán con la excusa de besar sus pies en señal de rendición, y lo apuñaló hasta matarlo. Y aquél en quien Lazar más confiaba, su yerno Brankovic, fue el que lo traicionó en el momento crucial de la batalla”.
El destino trágico de Lazar continuó cuando, en cautiverio, fue condenado a muerte por los otomanos en venganza por la muerte del Sultán. Uno de sus nobles, Krajimir de Toplica, pidió que le permitieran colocar su túnica debajo del lugar en el que sería decapitado el príncipe, para que su cabeza no cayera a la tierra. Antes de morir, cuenta la leyenda que Lazar pronunció sólo cinco palabras: “Dios mío, recibe mi alma”. Así, Lazar tuvo su última cena, su traidor, sus leales, su pasión, sus últimas palabras, y su muerte. Para los serbios, las palabras de Cristo acerca del camino de sufrimiento que conduce al Reino de los Cielos, tiene su culminación en el martirio de Knez Lazar en Kosovo.
El poema épico responde a la interpretación que la tradición cristiana ortodoxa hace del “destino histórico de Serbia”. Para decirlo en palabras del Obispo ortodoxo Atanasije Jevtic, “la opción espiritual del pueblo serbio a favor del Paraíso aun por encima de la vida en la tierra se manifestó de la manera más completa y evidente en la opción trascendental hecha en la batalla de 1389. Esa opción implicó luchar a pesar de saberse derrotados de antemano por la más elemental lógica militar y fundó “la ética de Kosovo”.
Esta visión está presente en la saga de poemas épicos sobre Kosovo, como en el poema llamado “La caída del Reino Serbio”, en el cual de acuerdo con la interpretación del citado religioso, "de la derrota del "Campo de los Mirlos" arranca el deseo de la reconstrución de Servia". Por eso el nacionalismo serbio da tanta importancia a esa derrota como elemento fundacional de su identidad.
Mito, imaginación, sublimación, la batalla trascendió porque, como cuentan las leyendas, “La caída del reino de Serbia y de Jerusalén, del lugar sagrado, voló un gran pájaro gris, un halcón, que en su pico llevaba una golondrina. ¡Pero espera! No es un halcón. Es un santo. El sagrado San Elías: y no lleva consigo una golondrina sino una carta de la madre de Dios. Lleva la carta ante el Zar en Kosovo y la coloca en sus rodillas que se estremecen. Y es la propia carta la que le habla al Zar:“Lazar! Lazar! Zar de noble familia,¿Qué reino es aquél que más deseas?¿Elegirás hoy una corona celestial?¿O será terrenal aquella que elijas? Si eliges la de este mundo, entonces firmes sillas de montar tendrán tus caballeros, haz que desenvainen sus espadas y que desciendan a la llanura atacando contra los turcos: tu enemigo será destruido. Pero si eliges el reino de los cielos construye una iglesia-no de piedra, sino de seda y terciopelo-reúne a tus fuerzas y tomen el pan y el vino, porque todos deberán perecer, perecer completamente, y tú, Oh Zar, tú deberás perecer con ellos”.Y cuando el Zar hubo escuchado estas sagradas palabras meditó, pensó en cada una de ellas:“Oh, Dios adorado, ¿qué debo hacer? ¿y cómo?¿Debo elegir lo terrenal? ¿Debo elegirlos cielos? Y si elijo el reino, si elijo el reino de esta tierra ahora, los reinos terrenales son cosas pasajeras, y los reinos celestiales, furiosos en la oscuridad, duran eternamente. Y Lazar eligió el paraíso, no la tierra, y levantó una iglesia a la medida de Kosovo-no de piedra, sino de seda y terciopelo-y convocó al Patriarca de Serbia, convocó a los doce más altos obispos, y reunió a sus fuerzas, las trajo consigo para tomar el pan y el vino. Por eso, tan pronto como Lazar dio sus órdenes, ellos cruzaron la planicie de Kosovo ,precipitándose sobre los turcos”.
En los archivos del Tabir Saray se guarda un cartapacio con los setecientos sueños soñados la noche antes de la batalla de Kosovo. Cuando el protagonista abre esa carpeta, “la llanura de Kosova, en Albania del Norte, donde él no había estado nunca, se desplegaba lentamente en su imaginación en forma de una visión onírica e inestable, tal como puede ser un decorado concebido por cientos de cerebros dormidos”.
Esta es una de las mejores definiciones de lo que es la batalla de Kosovo para los nacionalismos balcánicos, algo tan irreal y a la vez concreto como un decorado producido por los sueños colectivos. Y por si esto no fuera suficiente, aquellas visiones nebulosas y carentes de sentido iban acompañadas de su correspondiente interpretación, que las tornaba aún más etéreas.
Luego de relatar lo que ocurría antes y después de la batalla, el escritor Kadaré hace lo que debe hacer la literatura, pone el mito en duda: “¿cómo habría sido en realidad?
En esa reinterpretación de los hechos está el rol central de la serie de poesías épicas conocida como La Saga de Kosovo. El paralelismo con el sacrificio de Jesús es intencionado y permanente.
Las crónicas turcas, al contrario, han conservado la memoria de la batalla de Kosovo vista desde el lado de los vencedores: “Los arqueros de los fieles lanzaron sus flechas desde ambas orillas. Numerosos serbios se pusieron de pie como si fueran montañas de hierro. Cuando se hizo un pequeño claro en la lluvia de flechas, ellos comenzaron a moverse, y pareció como si las olas del Mar Muerto estuvieran rugiendo...De pronto los infieles arreciaron contra los arqueros del ala izquierda, los atacaron de frente y, habiéndolos dividido, los hicieron retroceder. Los infieles destruyeron también otro regimiento y se pararon detrás del ala izquierda...Así, los serbios empujaron completamente ese flanco, y las confusas novedades del desastre comenzaron a difundirse entre los turcos bajando su moral...Bayazet, con el ala derecha, se había movido tan poco como la montaña que tenía a su lado. Pero vio que era muy poco lo que faltaba para que el Sultán perdiera todo su ejército”.
La batalla fue, más que un choque entre dos ejércitos, un choque entre dos mundos que se desconocían y que luego de ese combate empezarían una pulseada en la que no dejarían de atraerse y de repelerse. Fue un choque que le dio a la península su nombre actual, Balcanes, montaña en lengua turca. La primera vez que los pueblos diversos de la ex Yugoslavia tenían un nombre común, éste provenía del idioma del enemigo.
La batalla de Kosovo fue la consecuencia inevitable del afán turco por conquistar Europa. Los ecos de la cristiandad bizantina, u ortodoxa, todavía resuenan, sin embargo, en las iglesias eslavas y griega, tal vez porque la religión fue uno de los refugios en el que esas nacionalidades se protegieron de los más de quinientos años de dominio otomano. Todavía flamea la bandera imperial bizantina en los monasterios ortodoxos,
La Batalla de Kosovo es para los serbios la batalla de todas las batallas en los anales de la mitología serbia. La mayoría de los nobles caballeros serbios –más de 150- murieron en ella. La batalla de Kosovo tiene un papel importante en la psyque del pueblo serbio. Esta terrible derrota militar se convirtió para el pueblo serbio en un gran día de redención nacional.
El mito se sublimó y de aquel día han bebido los nacionalistas serbios y la iglesia serbia. En el Campo de los Mirlos murió la grandeza real de la antigua Serbia y creció la mitología, que alimentó el nacionalismo. La necesidad histórica servia dice que la grandeza volverá cuando los servios vivan en un mismo estado.
Tras la derrota de Kosovo, por su parte los croatas se aproximaron más aún a occidente, a la iglesia romana buscando protección frente al infiel y ahondando sus diferencias con los servios.
Durante todo el período otomano, cuando el estado de Serbia dejó de existir, la Iglesia Ortodoxa serbia fue la encargada de mantener encendida la llama del nacionalismo y convirtió a los belicosos guerreros serbios fallecidos en combate en santos merecedores de la devoción popular. El Príncipe Lazar fue elevado a los altares por la Iglesia y su imagen pasó a adornar el interior de los templos. Su biografía fue relatada por los clérigos ortodoxos hasta la saciedad. Especialmente resaltada fue una frase que el “santo” habría pronunciado poco antes de su fallecimiento: “Mejor morir en la batalla que vivir en la vergüenza”.
La Iglesia Ortodoxa se convirtió de esta forma en la depositaria de los valores nacionalistas, en los que educó a la sociedad serbia durante los últimos siete siglos. Al mismo tiempo, la Iglesia gestó en ese tiempo un concepto nacional-religioso que equiparó la identidad serbia con la ortodoxa. “Ser serbio y ser cristiano ortodoxo es, según la Iglesia, la misma cosa”, afirma Mirko Djordjevic “Nuestra Iglesia ha generado por sí misma el nacionalismo serbio”.
Este fue el pecado de la Iglesia ortodoxa serbia: alimentar ideológicamente el genocidio de Milosevic.
Fueron muchos los soberanos serbios que levantaron monasterios y espacios para el culto a lo largo y ancho del país. Para su construcción se elegían ubicaciones casi secretas, perdidas en la inmensidad de las montañas, en las que se atesoraba el bien mas preciado de los serbios: su propia espiritualidad. En estos templos del silencio y la introspección, generalmente de muy difícil acceso, el tiempo ha quedado congelado para retrotraer al visitante a épocas muy lejanas.
De entre los monasterios dispersos por Serbia destaca el de Studenica, declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad en 1986. Zica, Sopocani, Mileseva, Ravanica. Ljubostinja, Rudenci, Kalenic o Manasija, son otras de las joyas arquitectónicas que retratan la historia del ultimo milenio en Serbia.
No es fácil llegar a los monasterios medievales serbios. Los más bellos, como el de Gracanica, se encuentran cercados en la provincia de Kosovo, controlada por la población de origen albanés. El más sureño de aquellos a los que se puede tener acceso es Sopocani, aunque probablemente recién sea en Studenica, en el centro de Serbia, donde pueda visitarse con cierta tranquilidad una de esas joyas del arte que iluminó los siglos previos al Renacimiento. Cerca de Belgrado, el complejo monacal de Manasija puede dar una idea aproximada de la belleza que encierran los monasterios que la guerra ha ido alejando de los visitantes.
Dushan era, al igual que varios de los reyes medievales serbios, un príncipe sagrado, ya que se trataba de una nobleza que luego de su muerte tenía casi asegurada la canonización por el cristianismo ortodoxo y su pasaje a la iconografía de los monasterios en los que coexistían, en frescos y mosaicos, con Jesús, Juan el Bautista, los apóstoles y la Virgen María.
Gobernantes sagradosLos muros interiores de los monasterios serbios ortodoxos, igual que los bizantinos, están literalmente cubiertos de estas imágenes que reafirman el carácter sagrado de sus gobernantes. En el monasterio de Studenica, del siglo XIV, se ve al rey Milutin, también rodeado por el halo sagrado, ofrendando a su dios una maqueta de una iglesia que él mandó a construir.
O en el monasterio de Gracanica, donde un fresco de 1312 muestra a la mujer de Milutin, la reina Simonida, siendo coronada por un ángel. Es la expresión más palpable de la idea de la monarquía por derecho divino, que no sólo está en los códigos sino también, y sobre todo, en esos abigarrados códices que son los monasterios ortodoxos y sus frescos que responden a una calculada y precisa iconografía. Si son sagrados los gobernantes también es sagrada la lucha que se emprende para hacer triunfar a la cristiandad por sobre sus enemigos terrenales y espirituales, en general identificados con los musulmanes, pero que también llegó a abarcar a los católicos romanos o a los paganos de diversa índole.
Los monasterios reflejan esa posición con las habituales figuras de 'guerreros sagrados', barbados caballeros en armadura, de rostro enjuto, portadores de lanzas o espadas y rodeados, también ellos, por el halo de la santidad. Son los representantes en la tierra de las fuerzas con las que, de acuerdo a la tradición bíblica, el dios de los cristianos enfrentará al Anticristo en la batalla final por el control del Universo
Los turcos a lo largo de su dominio permitieron el libre ejercicio de la religión, mantener el idioma, escuelas, hospitales, costumbres…. Exigían fielmente obediencia, tributación y pago de impuestos, pero poco les importaba la afinidad religiosa e ideológica. Permitieron un buen grado de equilibrio y convivencia entre sus numerosos pueblos.
Tras cuatro siglos de dominio otomano, los serbios se sublevaron. El líder del alzamiento fue Đorđe Petrović, más conocido por su apodo Karađorđe. La revuelta se inició en febrero de 1804 y terminó en 1813, después de que un poderoso ejército turco invadiera el territorio, porque los turcos eran el triple de la fuerza de los sublevados. Por fin, Serbia logró la independencia en 1878. Se convirtió en reino en 1882, y obtuvo una Constitución democrática y avanzada en 1888.
En 1912 tras una guerra con la vecina Bulgaria, Serbia ocupó la mayor parte de la Macedonia eslava, lo que es la actual República de Macedonia.
Los irredentistas serbios al chocar, ahora, en el siglo XX, con la expansión del Imperio Austrohúngaro en Bosnia-Herzegovina fueron el pretexto para el inicio de la Primera Guerra Mundial En 1914, el joven Gavrilo Princip, miembro de una clandestina organización, llamada “La Mano Negra” asesinó de dos disparos al archiduque Francisco Fernando heredero del trono de Austria-Hungría y a su esposa Sofía Chotek en Sarajevo. El gobierno austrohúngaro ordenó que sus tropas invadieran Serbia y así se inició la Iª Guerra Mundial.
Trás la Guerra el territorio dinárico se encontraba devastado, aunque el estado serbio salió fortalecido al crear las potencias vencedoras el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, que incluía a Serbia (ampliada con Voivodina y Bosnia Herzegovina), Montenegro, Croacia, Eslovenia y el Kosovo. Enseguida, pasó a llamarse Yugoslavia, el “estado de los eslavos del sur”.
Durante la Segunda Guerra Mundial la mayor parte de Kosovo pasó a integrar la Gran Albania creada bajo ocupación italiana y milicianos albanokosovares colaboraron con las tropas de ocupación cometiendo terribles masacres contra los serbios.
Terminada la guerra se produjeron, a su vez, sangrientos ajustes de cuentas en contra de los albanokosovares, pero la mayoría de los serbios que había huido de Kosovo se quedó en otras partes de Serbia. Así, los serbios se vieron reducidos apenas al diez por ciento de la población en una tierra que consideraban el núcleo espiritual de su nación, por el recuerdo de viejas batallas medievales y por la existencia de varios monasterios de gran importancia para la religión ortodoxa.
Desde el principio de la guerra la Iglesia Ortodoxa apostó por el bando perdedor. Como consecuencia, la influencia de la Iglesia Ortodoxa serbia sufrió un duro golpe tras la victoria en 1.945, cuando los comunistas de Tito quedaron de “mandamases” en Yugoslavia. Las nuevas autoridades marginaron a la Iglesia, confiscaron sus bienes y propiedades y humillaron públicamente a los sacerdotes.
Tito, por su parte, hizo su “arreglo” respecto a la difícil región de Kosovo, otorgándole autonomía dentro de la jurisdicción de la República de Serbia. Le permitió tener su propio banco central, su policía, un sistema judicial y educativo autónomo, una Asamblea Provincial con representación en el Parlamento Serbio, y su propio partido comunista. Pero no les dio el carácter de república constitutiva de la Federación. Milosevich, a pesar de ser comunista, nunca alabó a Tito, porque, en el fondo, no era servio, sino croata.
Si la desintegración de Yugoslavia redujo las aspiraciones de los nacionalistas servios, el conflicto de Kosovo supuso el mayor desastre para Serbia y para la Iglesia Ortodoxa de las últimas décadas. La pérdida de Kosovo tuvo una mayor significación que la de Croacia o Bosnia, ya que Kosovo no sólo formaba parte de Serbia sino que era considerado por la Iglesia como la "cuna" de la nación serbia.
Tras el conflicto, la Iglesia serbia inició una acción desesperada para detener el éxodo de los serbios de Kosovo. El patriarca ortodoxo viajó a Pec para convencer a los serbios de que no abandonasen "sus tierras desde hace siglos y sus santuarios sagrados". Sin embargo, su llamamiento cayó en saco roto. Los serbios atemorizados por la culpa y la posibilidad de represalias, decidieron huir en masa
El último revés para los servios: En el año 2006 la mayoría de la población montenegrina (un 55,5%) votó por la separación total respecto a Serbia y la reaparición de un Montenegro independiente, la secesión fue hecha efectiva el 3 de junio de 2006. Serbia quedó empequeñecida y sóla.
A Mira se la vio en una helada tarde del mes de abril de 2001, entrando en la bien defendida Prisión Central de Belgrado. Se la vio sin adornos amarillos en sus cabellos para que no le trajeran mala suerte. Fetichista, en su dedo anular el anillo de piedra de la luna tampoco había faltado a la cita porque para ella con un ramalazo de bruja y hada "la Luna es un planeta que protege".
Un guardián la escoltó, ayudándola a llevar una pesada maleta con ruedecillas transportando artículos imprescindibles: ropa, pijamas, medicinas, cepillo de dientes y, probablemente, otras cosas que su querido Slobo podría necesitar al encontrarse lejos de su casa. Se hubiera podido pensar que era el mínimo equipaje para cualquiera que emprendiera un viaje.
La valija estaba destinada a un fracasado, a un peligroso genocida para quienes no entendían el latir del corazón de los servios, pero para ella era un héroe y mártir. Además, seguía siendo su llamita de amor, aunque ella, Mariana Markovik, tuviera ya casi sesenta años, 162 centímetros de altura, estuviera envejecida, vestida con el medio luto de invierno que se acostumbra en Servia y con la flor, como casi siempre, sobre su pelo..
Desde luego, esa visita particular en un extraordinariamente frío día primaveral, ni siquiera se habría notado si el preso no hubiera sido el ex presidente de la República Federal Yugoslava, Slobodan Milosevic y su primer visitante la ex Primera Dama Miriana Markovic.
Se adivina qué le había deparado el horóscopo a esa mujer en aprietos, que había creído inútilmente en las estrellas para resolver lo que su marido no podía. Después de esta visita no se vieron más. Él murió en Holanda, preso. Ella, no se sabe donde vive. Los serbios, empezando a vivir de otra forma, recordando sus mitos, aprendiendo del pasado y preparando un futuro mejor.