La obligada Navidad
¡Ha llegado la Navidad, la explosiva Navidad! Se hincha tanto el "globo navideño" en días previos, que el 24-D, explota sonoramente. Es una explosión de sentimientos, de nostalgia, de regalos, perfumes, lotería, más lotería, gastronomía específica (langostinos, lombarda, besugo, pavo...), turrón, más turrón, cavas, catalanes o no catalanes ....
La sociedad ha ido creando un determinado ambiente con sus limitaciones y sus peculiaridades y hay que cumplirlo. Si alguién no lo cumple, está fuera, marginado, raro. Hay que pasar las navidades como socialmente se deben pasar.
Los medios de comunicación, las instituciones, la escuela, la iglesia, ayuntamientos, asociaciones...uniformizan, mantienen el espíritu navideño tradicional (iluminación de calles y edificios, altavoces en las calles que repiten villancicos día trás día, belenes en iglesias y colegios, abetos en plazas, alfombras en aceras, campanadas de medianoche, discurso de SM ... ), pero la creativa, voraz y codicosa economía va cambiando ese espíritu, año trás año, con novedades en regalos, juguetes, perfumes, productos, usos, esnobismos ... Es un equilibrio entre las costumbres del pasado, que venden y las nuevas modas y comportamientos, que también venden.
Para unos, mayores, sentimentales, la Navidad ya no es como era (zambombas, misa de gallo, religiosidad...), ni siquiera nieva ya -dicen-. Para otros, jóvenes, gastadores, juerguistas, hay que dejarse de ñoñerias y pasarlo bien, tarjeta de crédito por delante.
Porque la Navidad es ante todo una oportunidad para vender más. Las campañas previas de promoción preparan los mejores beneficios anuales. El consumo se dispara inutilmente. Cuanto más se gasta, más se cena, más se bebe, mejor se pasa. Esa actitud también se vende.
La corriente de la riada navideña arrastra facilmente a los consumistas débiles. Sentimientos y dinero se entretejen y se mezclan y no pasa nada.
Lo cierto es que no hay proporcionalidad entre volúmen de gasto y felicidad, pero... ¡Qué cada uno haga de su vida un sayo!
La sociedad ha ido creando un determinado ambiente con sus limitaciones y sus peculiaridades y hay que cumplirlo. Si alguién no lo cumple, está fuera, marginado, raro. Hay que pasar las navidades como socialmente se deben pasar.
Los medios de comunicación, las instituciones, la escuela, la iglesia, ayuntamientos, asociaciones...uniformizan, mantienen el espíritu navideño tradicional (iluminación de calles y edificios, altavoces en las calles que repiten villancicos día trás día, belenes en iglesias y colegios, abetos en plazas, alfombras en aceras, campanadas de medianoche, discurso de SM ... ), pero la creativa, voraz y codicosa economía va cambiando ese espíritu, año trás año, con novedades en regalos, juguetes, perfumes, productos, usos, esnobismos ... Es un equilibrio entre las costumbres del pasado, que venden y las nuevas modas y comportamientos, que también venden.
Para unos, mayores, sentimentales, la Navidad ya no es como era (zambombas, misa de gallo, religiosidad...), ni siquiera nieva ya -dicen-. Para otros, jóvenes, gastadores, juerguistas, hay que dejarse de ñoñerias y pasarlo bien, tarjeta de crédito por delante.
Porque la Navidad es ante todo una oportunidad para vender más. Las campañas previas de promoción preparan los mejores beneficios anuales. El consumo se dispara inutilmente. Cuanto más se gasta, más se cena, más se bebe, mejor se pasa. Esa actitud también se vende.
La corriente de la riada navideña arrastra facilmente a los consumistas débiles. Sentimientos y dinero se entretejen y se mezclan y no pasa nada.
Lo cierto es que no hay proporcionalidad entre volúmen de gasto y felicidad, pero... ¡Qué cada uno haga de su vida un sayo!
1 comentario:
pues ami me gusta el zampe de las navidades, pero estoy pancetona, voy a tener q ir al nutricionaista para q m recomiende una dieta. foca !!!! ahora si q me voy a parecer a teressssssa.
viva el zampe !!
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